martes, 17 de marzo de 2015

Niebla...






Hay algo en esas manchas ponzoñosas que se acomodan en los ladrillos sucios de esa pared, y que el ojo humano se molesta en percibir. Algo que lo hace extraño, algo que no es natural. Quizás más por como desacomoda los sentimientos, que por una cuestión de otra índole, aunque también podría notarse en su apariencia desproporcionada con la realidad...  Había algo que lo hacía extraño pero solo en ese momento, en esa noche, y parecía estar creciendo y avanzando lentamente a través de la diluida linea que conectan los suaves segundos reposados en el misterio. Creciendo lenta pero a la vez vorazmente como si esos tranquilos segundos no pudieran frenar la inminencia de su cercanía, ramificándose por las venas invisibles del espacio. El tiempo es tergiversado, perdido, roto pero sobre todo inevitablemente relativo, mutable y desconocido.

Y había algo en ese frío profundo que los más densos inviernos no pueden igualar.

De repente la ciudad se cubre de niebla.
Los aldeanos se incomodan. Por la noche mientras andan en las angostas calles adoquinadas, ellos miran hacia sus espaldas.
Intentan desvanecer esa niebla como si quisieran penetrar en las tinieblas focalizando sus ojos con la fuerza de sus almas. Pero antes de hacerlo se quiebran y se van temblando a paso apurado hacía sus casas. No quieren meterse por callejones, ni desviarse mucho del camino.

Unas lápidas de piedra gastada se encuentran muy solitarias sobre la irregular tierra de aquella parcela olvidada... sus formas concuerdas con historias que podrían haber sido contadas por Lovecraft o Poe. Cubiertas de unas retorcidas rejas que las separan de este mundo. Ellas podrían contarte ocultos designios esta noche si pudieran hablar.

La briza ya apago los velas chorreantes que las decoraban, y ni siquiera los búhos se acercan a hechar una mirada. La luna sin embargo las ilumina, con su aura azulada las intentaba consolar.

Las hojas están mas muertas esta noche. Y tapan gran parte del bosque y los caminos de los exteriores.

La única luz de la ciudad se esfumo hace instantes, terminando con todos los tonos amarillos que regocijaban a los perros callejeros, estos dejaron de dormir tranquilos y algunos comenzaron a gruñir en diferentes puntos distantes. Quien diría que los perros tienen desequilibrios psicológicos tan profundos como el humano más loco.
Unos arbustos en la cercanía del establo se movieron produciendo el sonido característico. Aquel roce entre las ramas entre otras junto con sus hojas, un sonido que si escucharas te erizaría la piel.
El oscuro lago dormitaba arrugándose en su contenedor, ni siquiera él soportaba el frío y el aliento en forma de una densa niebla que lo había frustrado entrada la atardecer.
El pequeño muro de tan solo unos centímetros de piedra seguia estropeado junto al canal donde fluia el liquido. Era donde muchos habían escrito el nombre de su amada en las piedras caídas  que se encontraban hundidas en el agua.
El reloj de la anciana señora Gurim se había detenido.








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