Un llamador de ángeles sonó en el patio de los Gurnintons en esa fría noche.
Mientras la señora Myriam, en la cuadra de enfrente, pasó por el pasillo a oscuras sin percatarse que en el cuarto de los libros se movía la blanca cortina desde detrás del sillón.
Un gato saltaba al cesto metálico de la basura para después salir corriendo como si una rata dentro lo asustara.
"Una noche extraña" pensó Harrys, mientras suspiró mirando el familiar panorama del barrio.
Con su pijama de tonos azules se metía a la casa luego de cubrir ese bulto de cosas viejas que tía Lucy había dejado allí a la mañana. Los harapos, algo sucios y con feo olor, habían comenzado a desprender una tinta rojiza que él suponía eran producto de los efectos de la intemperie golpeando alguna maquina ya de por si rota escondida entre trapos, decoración olvidada y otros trastos.
Jhin subió las escaleras cansada para acostar finalmente a su hija Victoria. Le dio un beso en la frente y arrimó la puerta, a continuación bajo los escalones, apagó la última luz de la entrada principal, trabo el cerrojo y cuando se dispuso ir a la cama se percató de ese hecho inusual. La abuela Dorothi desde el interior de su casa permanecía con una mano levantada para sostener las cortinas, inspeccionando por su ventanal del comedor al exterior en un punto interminable del horizonte.
Travis puso candado a su garage y le grito a Wulf para que se callara. "AAgh Cállate maldito perro!"
La noche fue decorada por el viento fresco de intervalos regulares y una constante canción de ladridos de perros producto de cada animal en el vecindario. Hasta los mas lejanos ladraban o se quedaban aullando como si todos se pusieran de acuerdo para hacer bullicio.
Stuart el pequeño niño de la soberbia Ruby abría los ojos esa noche producto de los ruidos.
La rata de la alcantarilla de la calle Malcoy Finz se quedo petrificada con los ojos saltones antes de resguardarse, que sería lo común en una rata. Si lo verías cerca podrías notar como su hocico intentaba olisquear el aire.
Alguien paso rápido por las rejas de los Borich, los tres perros se alborotaron tanto que Michels salio a tirarles un trozo de carne para que se distraigan. A lo que los perros no hicieron caso, siguiendo con sus agresivos rugidos.
Desde el árbol de los vecinos nuevos se cayeron precipitadamente algunas hojas solo vista por la luz del patio.
El muchacho de gorra roja, por su parte estaba en esta ocasión sólo, tirado en el muro. Suponían que durmiendo después de unas cuantas botellas de alcohol. Pero era raro que su pandilla no lo acompañaran.
Su figura tendida exhibida por el juego de luces y sombras era una imagen sumamente retorcida.
Desde la pequeña casita de vigilancia en la esquina, la oscuridad de la ventanilla no permitía distinguir nada dentro. No aparentaba haber nadie, pues la quietud era apabullante.
Probablemente esa noche nadie estaba en el puesto. Lo único perceptible en ese vidrio era un reflejo tenue de un farol lejano.
Rocky por otro lado, aquel viejo y tranquilo perro esta vez estaba gruñendo a un desconocido detrás de las rejas. Por su postura debería estar a solo unos centímetros, pero Victor no logró notar nada desde su posición.
Y Ruffy, el cariñoso cachorro de los Pierce se despertaba en medio de la alborotada noche. Tal vez porque sintió una briza gélida en sus pelos como si algo quisiera advertirle de algo.
Quizás una perturbación despertó sus sistemas con el extraño sentido de la intuición, sobre la alarma de la invasión por parte de lo desconocido en su interior. Una sensación tan particular que puede asustar a cualquier ser... incluso al perro mas corajudo.
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