Había algo incómodo con la presencia de aquel señor. Quizás por algún detalle específico del cual no podía percatarme. Como si no fuera planamente consciente en el momento dado. Consciente de una serie de eventos catastróficos que se fijaban en el sonido ignorado y taladrando del pasar de los segundos en el mecanismo interno de un reloj muerto. Filtrándose así fuera un líquido por una superficie permeable donde los poros son en realidad agujeros finos producto de daños invisibles.
Una incomodidad que, desde un comienzo no parecía tal, pero se acrecentaba con el paso del tiempo, probablemente por los desvaríos de una mente alterada.
Al principio creí que ese hombre estaba hurgando en las flores de mi jardín, tan descuidadamente relajado. Sería un nuevo vecino ya mayor, de los que pueden pasarse todo el tiempo del mundo hablando con otros y paseando. Pero luego me recriminé mi forma burda de juzgarlo, cuando simplemente estuvo con su cuerpo levemente inclinado sobre las flores.
El extraño notó mi movimiento cuando salí para acomodar algo de ropa y preparar las bolsas con la idea de arrojarlas a la basura. Giró apenas su cara dedicándome una sonrisa cómplice, como quien solo esta observando la "belleza de la vida" y nada más. Posteriormente con sus movimientos sutiles y lentos acomodó la dirección de su cuerpo partiendo hacia su incierto destino, más allá del horizonte de esa larga calle adoquinada.
Lo llegué a ver nuevamente en mi jardín. En esa oportunidad fue cuando escuche su reverberante voz. -Te están viendo- me dijo sin dejar su desencajada e incomoda felicidad, sin apartar la mirada de las flores. Eso me dejó pensando antes de dormir. Quién o qué me está viendo? no eran las flores. Me quería intentar asustar? advertir de algo? Esa noche la ventana mostraba unas cálidas estrellas. Terminé durmiendo en medio de suposiciones inciertas.
Curioso por saber más sobre el "hombre observador", aproveché a preguntarle a aquella agradable vecina en la primera ocasión disponible al día siguiente. Pero ella no sabía nada.
A los días cuando me disponía a salir de compras por una tarde, me lo encontré en la entrada de mi casa, del otro lado de las rejas, por supuesto. Él estaba como lo recordaba, con su camisa de tiempo pasado, pantalón de vestir de tiro alto y su bastón descuidado. Observaba a mi perro quien, con una absoluta pasividad ni lo registraba.
El extraño dibujó la misma sonrisa de siempre y no pude evitar devolver el gesto asintiendo con la cabeza. A la vez una mueca similar se asomó en mi boca. A continuación dije algo como:
-Es un lindo día. Mi perro no quiere moverse de acá desde la mañana.- Afirmé con la idea de dejar mi acostumbrada seriedad para empezar de una vez por todas a ser sociable con las personas.
- Hmm- Contestó, con un breve sonido de aprobación desde su larga y torcida garganta, pero sin decir palabra.
El día viernes de esa semana fue aun más extraño. Yo estaba en la plaza del barrio, hundido en mis pensamientos, sentado en un banquillo. El recuerdo se me hace difuso porque parece que tuve un episodio de disociación de la realidad, como ocurría últimamente. "Sentí" que ese hombre se sentó a mi lado. Estuvimos seguramente horas sin hacer nada, hasta que yo me fui. Sin embargo él permaneció inmóvil.
Las imágenes me vienen ahora alternándose con visiones "extracorporales", la textura del pasto y las hojas amarillentas de otoño, el farol negro de laboriosos detalles, la corteza arrugada del árbol, el viento, las baldosas con patrones, pero sobre todo ese cuadro del cual no me podía olvidar; yo sentado abstraído y él a mi lado, con las piernas abiertas, apoyando su espalda y una mano en el respaldo, dejando su peso libre. Eso si, no entiendo por qué esa imagen no contemplaba la cara del hombre. Como si fuera una foto con un recuadre un poco inusual.
De hecho no solo el recuerdo era difuso sino que mi visión estaba bastante desenfocada en aquel estado, como si la realidad no tuviera la mas mínima importancia.
La próxima vez que lo vi fue en un día lluvioso. Un amigo me advirtió que no me convenía pensar en una relación con esa muchacha de la que todos hablaban, porque "estaba en otra sintonía", y "tenía sus propias salidas". Sus palabras esquivaban la cruda verdad, sobre su "interés" y la situación de "estar conociendo a otros".
Algo se quedó revolviendo en mi pecho esa vez. No pude ir a mi casa. Mis pies me llevaron por la noche a alguna calle olvidada, para transformarse en mi pequeño resguardo. Me quedé un largo rato allí sobre un pequeño montículo de cemento, empapándome con la lluvia. Fue cuando él extraño vino desde el otro lado, caminando lento. Escuché las gotas caer en su sombrero que traía por primera vez. También en esta ocasión disponía de un saco marrón. Quitó un paraguas desde su interior y lo abrió ubicándolo extrañamente a un costado, donde no había nadie, para proteger del agua un espacio vacío.
No sé si le fallaba la visión o si era ciego, pero si pretendía darme cobijo entonces no lo logró. Tal vez creía que había alguien más allí o quizás era su manera de querer ayudarme.
Paso mucho tiempo y no lo volví a ver hasta aquel día de cielo despejado. Yo caminaba de vuelta a casa lamentando desviarme unas cuantas cuadras por temas de construcción y reparación.
Estaba por retomar mi ruta conocida cuando me llamó la atención el dibujo de un muro en el callejón sin salida mas cercano a la tienda de antigüedades. Entre las irregularidades de los niveles de aquellos ladrillos se vislumbraba la pintada de un vórtice en un estilo de trazos fuertes, desprolijos y remarcados. Sentado en frente de este aparecía el extraño.
La confusión ante tal hecho hizo que me detuviera de lleno e intente hablarle. Pero antes de llegar a una posición cercana me señalo el vórtice. Unos segundos mas tarde, mirándome fijo a los ojos, dirigió su dedo marcando su cabeza. Acaso ese vórtice estaba en su cabeza? o intentaba decirme que en la mia?
Después de ese encuentro frecuenté el vórtice aunque no lo volví a ver.
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