La tranquilidad se posó en la ventana sobre la superficie de madera que hacia de la parte baja del marco. Como si fuera la propia presencia de la calma quien quería ver hacia fuera. Presionó en cada centímetro de la lisa estructura y se difuminó hasta ser indistinguible.
La escena se contemplaba cálida. A través de la ventana entraba una luz suave que golpeaba sobre los mismos muñequitos de plástico allí ubicados. Propiedad de la familia.
Antes habían pertenecido al niño de la casa, que ahora dormía en un féretro no muy lejos de allí.
Los muñequitos tenían cada uno una determinada pose, algunos eran trabajadores, otros cocodrilos o leones antropomórficos, gnomos cocineros o jugadores de futbol. Cada uno parecía contar una historia. Estaban ubicados en cierto ángulo lo que los hacia desprender una rara naturalidad. Algunos enfrentados con otros como si estuvieran platicando. Y otros veían hacia la misma dirección como si tramaran algo.
El ahora niño de la casa una vez jugó con ellos cuando era muy muy pequeño. Pero luego los padres decoraron aquel rincón con estos, y nadie quiso desacomodarlos. Era tanto así que algunos pudieron acumular algo de polvo y pelusa, incluso casi todos se vieron vestidos con unas elegantes telarañas.
Quizás era descabellado pero el niño de la casa no era como cualquier otro. Él no estaba loco. Sentía que aquellos muñequitos tenían vida y que, de hecho, cuando nadie los observaba platicaban divertidos unos con otros.