El sonido del murmullo de las hojas de los árboles me hizo acordar al sonido del mar.
Hay una memoria en particular de cuando era un pequeño y contemplaba por primera vez la inmensidad del mar. Era de noche y algo en el oleaje del agua me hizo tener un terror inusual.
Pensé en la fuerza que tenía el mar y que si estuviera en aquel punto lejano de seguro me arrastraría y me tragaría a un interminable abismo del cual era mejor no imaginar. Si estuviera allí donde las pequeñas montañitas de agua aparecían gracias al reflejo de la luz de la luna contorneando su agresividad... de seguro me golpearían hasta sumergirme en un horroroso final. O peor aun, estar en el medio de esa violencia desencadenada cuando dos caparazones inmensos se formaban queriéndose asomar, y quebraban la superficie ondulante.
Recuerdo verme hipnotizado de ese espanto... en una noche mirando el mar... escuchando el movimiento del agua... y sintiéndolo como una bestia de la que solo se puede ver su lomo y que esconde algo terrible en su supuesta tranquilidad intermitente, de la que salían movimientos salvajes de tanto en tanto. Como si estuviera preparado para atacarte en cualquier momento. Y a su vez... como si yo fuera la persona mas insignificante del mundo.
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