... Un teléfono suena en la pequeña casa de la calle Smird, cerca del parque.
En ese instante daría la impresión de que no habría nadie en el mundo...
Pero la verdad es que los vecinos del barrio se encontraban hablando de sus cosas, riendo, peleando, sintiendo, en definitiva... viviendo...
Esa contraposición de sentidos, de vacío y relleno, de abastecimiento y carencia, golpeaba las puertas de la realidad... Un mundo siguiendo con lo cotidiano, produciendo ruido, moviéndose, mientras en la vereda y la casa se expresaba la tristeza, la melancolía, la quietud. El lugar de los sueños, de la pérdida, de los objetos inanimados haciéndose al control.
Qué es lo que en verdad ES? La belleza del mundo? La tragedia del dolor?
El señor Nills jamás volverá a atender un teléfono. Nunca podrá...
Nadie lo levantaría de su tranquilo reposo...
Mientras, el teléfono insistente no se cansaba con sus tonos estridentes a intervalos. Tal vez aun la naturaleza dictaba que existía la oportunidad, la CAPACIDAD para que sea atendido. Entonces no quería darse por vencida aun sabiendo la falta de alguien en la cercanía.
La señora Danis no recordaba que hace un día fue a visitar al hombre, a entregarle las herramientas que le prestó a su marido...
Al niño Mickel sin embargo, algo raro le absorbería su interés, intuyendo extrañamente que una pieza fue desencajada.
No vería a aquel simpático hombre deseándole suerte antes de llegar a la escuela como siempre...
Las hojas de un árbol se amontonaran en el suelo aquella mañana, y posiblemente alguien lo notará dejándole sensaciones raras, pero pronto lo olvidaría. Probablemente lo dejará pasar como si fuese un simple engaño de la mente. Resultando en un volteo curioso de la cara por unos segundos y… nada más.
La hermosa pareja de aquellos dos, lo habían conocido. En un momento se podría decir que fueron cercanos amigos. Pero la distancia se interpuso sigilosamente hasta desgastar aquel especial vínculo.
Mientras el teléfono insistía y pedía a gritos desesperados ser atendido.
El periódico caería en la puerta de la casa, aunque no sería ojeado.
La carta enviada hace meses se perdería entre el desorden de papeles del correo incluso antes de siquiera comenzar su viaje para llegarle a nadie, con un buzón escupiendo vacío.
Un inocente bebe jamás en sus siguientes años de vida sabrá que fue sostenido en los brazos de él.
…
En este momento el sol empieza a ocultarse, y los rayos disminuyen su intensidad a través de las ventanas solitarias por donde se filtran, encontrando su hueco entre las cortinas desvencijadas.
Podría alguien recordar la mirada asomada por esas ventanas, dos puntos brillantes ocultos en trapos corridos por una mano, percibiendo la vida, añorando, buscando en la inexistencia algo de valor hiriendo la ilusión de la vista superflua.
Aquella comida comienza a juntar moscas y la canilla vieja que quedo mal cerrada goteará fríamente sin reparar en absolutamente nada.
En aquella pared se distingue una foto puesta sobre una tablilla de madera.
Con una sonrisa que se mantendrá por siempre.
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