Algo, algo hacia que el viento
no se mueva como lo hacía todas las noches.
Una sustancia lo recorría,
como una energía eléctrica que danzaba en ella.Algo... parecía perdido entre los escombros ruinosos de la naturaleza.
Aquella noche parecía que
sus manos, las manos del viento, como garras fantasmales, intentaran romper los
límites de lo físico y lo real, los límites de la materia y
aferrarse a sus víctimas, susurrándoles cosas de miedo… designios indescifrables,
algo oculto en el más profundo secreto a través de los tiempos.
Esa noche, el aliento del
mundo, el viento frio, viajaba deslizándose, con su manto rasgado, mas
sigiloso que de costumbre, como un señor esta vez temerario.
Algunos dispersados
faroles mientras, iluminaban las oscuras calles y los arboles parecían dormitar
con la caricia refrescante de la briza en sus cabellos.
Un perro vagabundo estaba
inspeccionando bolsas de basura en un callejón. Pero algo lo ahuyento.
El pobre
perro, sólo hizo un agudo quejido y salió despavorido.
Los niños se sentían
inseguros aquella noche, incluso algunos grandes también.
Algunos se habían
levantado por el murmullo de las hojas, otros no sabían bien por qué, pero
quizás, alguna sombra de origen desconocido había pasado rápidamente por las
ventanas, justo cuando sus ojos estaban cerrados.
La bella dama blanca de la
fuente de mármol, aun estaba riendo entre la neblina. Con su jarro en mano vertía el agua negra
en un contenedor por de bajo, mas grande.
Aquel líquido no sólo era oscuro por
la oscuridad. Sus partículas formaban algo sin trasparencia alguna. Un vacío
profundo parecía estar encerrado en aquella agua espesa y bizarra. El blanco contrastaba con el negro.
Entre los troncos y raíces
de los árboles más viejos de aquel pequeño bosque en la ciudad, las sombras se
acentuaban. Algo aparentemente se movía morbosamente allí. Con un movimiento continuo
y enfermizo como si estuviera alimentandose de algo. Al igual que una cabeza enloquecida y retorcida, queriéndose
desprender de su cuello.
La catedral se hacía
presente imperiosamente, imponentemente, mirando por encima de todo con sus cúpulas
altas que arañaban el cielo misterioso, al igual que la cara más soberbia sacando su mentón.
Tristes ángeles, sin
embargo, la decoraban, al igual que aquellas gárgolas petrificadas, con
expresiones serias aguardando siempre en su espera, protegiendo el recinto
sagrado dispuesto al engaño de unos cuantos.
El banquillo pálido cerca
de la acera, estaba solo. Ni un anciano se había acercado buscando
reconfortarse y sentarse en él a mitad del recorrido devuelta a su casa.
No es ese hecho de soledad
que hacía que nadie quiera sentarse en aquel banco, o pasear por las tristes
calles del barrio. Más bien el aire sugería estar habitado por presencias imperceptibles
por los ojos. Aquel banco tal vez no estaba tan solo después de todo.
Los juegos infantiles del
parque habían sido cerrados. Hace largo rato que el último niño se había
marchado. El payaso inmóvil de la entrada sonreía exageradamente con su
enorme boca, aunque estaba muy desanimado pues la diversión se alejo.
Un envoltorio de caramelo permanecía
en el mismo sitio, sujetado por el verde pasto opacado por las sombras. Fue
abierto y tirado sin importar que el cesto este a unos pocos pasos.
La chica lo había comprado
animadamente, especialmente para su chico. Pero ella lo vio de la mano con
alguien más.
Toda la tarde hasta la
misma noche, paso inadvertido por las personas, incluso por el personal de
limpieza.
Un bebe a lo lejos se
escuchaba llorar, el sonido provenía de alguna elevada
ventana abierta, y recorría
las ajustadas calles donde se erguían los edificios grisáceos, mas no llegaba a infiltrarse en la zona de casas donde los ruidos
morían.
En el suelo, mas específicamente
en la vereda que rodeaba la pequeña pero
elegante escuela, una
moneda era el único elemento fuera de sitio. Si, algunas cosas estaban
desordenadas, y quizás algunos papeles rotos se deslizaban al son del viento. También
la ligustrina era desprolija por un mal cortador. Aunque todo
eso era más normal y
siempre había sido así. Pero aquella moneda, desentonaba extrañamente.
Él la sorprendió con un
abrazo desde la espalda cuando ella estaba sentada en la vereda esperando el
colectivo. En aquel momento la moneda resbalo desde su bolsillo, mientras ella
sonreía.
Al igual que un texto
escrito que pasa desapercibido por la persona a la que fue dirigido, la noche
pasaba lentamente ensimismada, como un ente perdido, sin sentido, esperando
aquello para lo que fue producido. Muchas otras cosas pasan desapercibidas, quizás
la voluntad misma de algunas palabras, estas mismas palabras, manchando una hoja vaga, mientras las
personas se ríen en sus casas.
Las palabras se destrozan en pedazos y lloran
desesperadas. Nunca serán siquiera escuchadas, ni leídas, ni siquiera
entendidas.
Entretanto las estrellas
flotaban alto entre las nubes esponjosas, asomando sus miradas a través de
ellas. En una noche, en una noche donde el viento estaba cambiado.
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